El contaminante en la meseta.

El grupo de robots exploradores utilizaba el láser infrarrojo para hacer un mapa del relieve del planeta. Aquella roca solitaria que giraba alrededor de una enana roja solo valía por lo que había en su subsuelo. Hierro, plata y carbón. Había posibilidad de encontrar algunos otros materiales valiosos, pero la compañía minera iba a la segura. El transbordador llevaba toda la maquinaria necesaria para extraer los materiales que le interesaban. Era bien sabido que una vez que perforaran el planeta los buscadores vendrían a recuperar el oro, platino y diamantes que la maquinaria no moliera con el resto de la escoria.

El láser infrarrojo detectó una meseta. Era suficientemente amplia como para hacer la descarga allí. No estaba a mucha altura por lo que se podría instalar el equipo y comenzar las perforaciones en aquel mismo lugar. Los drones bajaron a la superficie del planeta y fotografiaron la meseta.

El ordenador que clasificaba las fotografías tomadas detectó algo fuera de lugar, revisó las coordenadas donde fue tomada aquella fotografía y reenvió al equipo de drones a fotografiar la zona. Cuando el equipo regresó era evidente que aquel objeto era un contaminante en la meseta. El procedimiento estándar implicaba enviar  al equipo investigador para que analizara el material extraño y brindara la información necesaria para que el ordenador creara la estrategia más económica y efectiva del tratamiento.

El equipo investigador estaba conformado por un espectrofotómetro de materiales, varios drones con cámaras fotográficas de alta precisión, un medidor de masa y un comunicador a control remoto.

Basándose en los datos obtenidos por el equipo. El contaminante consistía en:

  • Un bloque de porcelana tratado químicamente para tener una superficie lisa y curva.
  • Cuatro bloques de aleación de cobre con hierro, colocados estratégicamente para evitar que la porcelana tenga contacto con el suelo.

El análisis fotográfico llevo a la conclusión de que se trataba de una bañera. No cualquier bañera de porcelana que se pudiera comprar en una tienda de artículos de lujo. Las tallas en las patas de bronce y el análisis carbono 14 determinaron que se trataba de una bañera hecha en París propiedad del difunto presidente mexicano Antonio López de Santa Anna.

El ordenador comenzó a analizar todas las variables posibles. La bañera había desaparecido durante una remodelación en el año de 2915 d.C. La desaparición se podía adjudicar a un robo de antigüedades o a un fallo durante la remodelación. En todo caso eso no explicaba la presencia de la bañera en aquel desolado planeta.

Después de dos días de análisis y pruebas el ordenador llegó a la conclusión de que una fluctuación cuántica masiva había trasladado la pieza histórica desde las bodegas del museo hasta aquel planeta. También era posible que algún contrabandista de piezas históricas con acceso a una máquina del tiempo hubiera escondido allí la tina de baño, pero faltaba información para hacer una afirmación más precisa.

En otras palabas: no tenia la menor idea del origen de la bañera.

Una vez conocida la causa de la presencia del contaminante en aquel planeta. El ordenador asignó  treinta y seis horas a buscar la mejor solución para continuar con la excavación. El proyecto llevaba 84 horas de retraso y estaba cerca del margen de error que le permitía la compañía minera. Después de analizar todas las variables posibles se llegó a la mejor y más barata solución.

Se hizo aterrizar a un robot excavador. La mole desechable de mil ochocientas toneladas diseñada para cavar túneles y recolectar materia prima para las purificadoras de materiales, se acercó a la bañera y la redujo a polvo blanquecino.  No era necesario informar a la compañía aquel incidente con la bañera. No eran ni cien horas de retraso y no parecía que hubiera ningún otro problema con la perforación.

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